Al acabar el año no es extraño encontrarnos con extractos de los mejores momentos vividos, crónicas que destacan los eventos más destacados (tanto en lo positivo como en lo negativo), cifras que resumen los 365 días del año en unos pocos números… En este contexto, durante este mes de diciembre di con un artículo sobre mi persona, publicado en la página web de la Asociación de Historiadores e Investigadores del Futbol Uruguayo.
Desde aquí, me gustaría agradecerle al autor, Pablo Veroli, el haberse tomado el tiempo para escribir mi historia, de manera bastante fidedigna y real. Leer cada una de las líneas de «Poyet: el futbolista del siglo XXI que defendió a la Celeste en los noventa, pero al que le costó encontrar su lugar» me ha llevado a revivir momentos únicos de mi trayectoria profesional.
Dicho esto, me llena de orgullo poder compartir con todos vosotros el mencionado artículo, para poder así conservarlo como un recuerdo a mi carrera. Si preferís leerlo en su versión original, en la que encontraréis además del texto un buen número de material gráfico ilustrando cada etapa, podeís hacerlo en este enlace.
Poyet: el futbolista del siglo XXI que defendió a la Celeste en los noventa, pero al que le costó encontrar su lugar
Fue un adelantado y, por ende, un incomprendido.
Un incomprendido porque su fútbol a nivel sudamericano estaba táctica y técnicamente adelantado.
Porque, por entonces, recién estaban despuntando los “8” o “10”, es decir, volantes derecho e izquierdo, como carrileros, como externos, como dinámicos pistones que no solo marcaban sino que, dotados técnicamente, generaban, acompañaban la jugada y llegaban a definir.
Porque Víctor Espárrago también fue un adelantado e incomprendido cuando en su juventud pasó de ser un puntero a un “puntero ventilador”, es decir: más retrasado en cancha, pero cumpliendo funciones de desdoble constante en base a un incesante trabajo físico.
La llegada de Gustavo Poyet, nacido y criado en River Plate, pero desde 1988 en Europa, fue, en principio, un bálsamo para la Celeste cuando aún no pululaban futbolistas de su estilo, pero la mala época oriental entre 1993 y 2000-los años en que defendió la gloriosa malla tetracampeona del mundo-, a no ser por la Copa América de 1995, hizo que su trabajo haya pasado, injustamente, desapercibido.
Poyet fue, no de casualidad, el segundo uruguayo en llegar a la Premier League y el primero en triunfar, cuando aquella liga estaba a punto de convertirse, por derecho propio, en la mejor del mundo.
Sucedió en 1997, cuando ya siendo un deportista maduro (29 años) abandonó el Zaragoza transformado en el futbolista extranjero que más tiempo había defendido a la institución “maña” hasta ese momento.
Es que entre 1990 y 1997, en siete temporadas disputó 294 partidos y marcó 80 tantos por todo tipo de competencias actuando de volante derecho o izquierdo y mediapunta por ambos lados y por el centro. Incluso, en alguna ocasión encajando a la perfección como segunda punta o centrodelantero, el puesto de sus inicios.
Mediocampista o “todocampista” porque Poyet aparecía por aquí y por allá, pero siempre aplicado al sistema táctico, hasta las consagraciones de Luis Suárez, Diego Forlán y Cristhian Stuani, disputó palmo a palmo con José Luis Zalazar el honorífico título de máximo goleador uruguayo histórico en la Liga de España. El “Cabeza”-volante ofensivo- sumó cuatro tantos más para cerrar en 67 goles, por los 63 de “Gus”, el apodo que le pusieron en Inglaterra.
Nació en Montevideo el 15 de noviembre de 1967, hijo de una leyenda del básquetbol oriental, Washington Poyet, el popular “Indio”, quíntuple campeón federal con Tabaré y campeón con Peñarol, capitán de la Selección Uruguaya, actor en sudamericanos, mundiales y Juegos Olímpicos. Washington pasó a la historia por vestir el número 7, mientras que Gustavo grabaría en el combinado de fútbol el 11.
El espíritu luchador y la estatura los heredó de su padre, pero “Gus” se decidió por el fútbol, ya que le sobraban condiciones.
Comenzó jugando como centrodelantero. Claro, todavía un hombre de 1.88 metro como él no podía ser, a ojos del aficionado común, más que arquero, zaguero central o “9”. Y no existían jugadores tan altos en nuestro país como él.
Pero siempre supo que era más que eso. Porque, sí, era alto, corpulento y hacía muchos goles de cabeza, pero a la vez, sin ser una gacela, estaba adornado por una agilidad impropia del típico centre-forward, por una dinámica superior, por una combatividad marcada, pero con buenos toques de pelota, con rasgos técnicos sólidos, un hombre que, en definitiva, podía jugar redonda la pelota.
¡Pero en Sudamérica todavía el 8 era el “peón de brega” clásico y el “10” el talentoso, pero lento armador! El cambio se estaba avecinando, pero aun faltaba.
Con 18 años debutó en 1986 en la Primera División de River Plate.
En 1987 rompió los pronósticos: de “9”, hizo cuatro tantos en 10 partidos en el Torneo Competencia y 10 en 23 en el Campeonato Uruguayo. Un total de 14 goles en 33 encuentros para un muchacho que recién había cumplido 20 años.
Y aquí un reconocimiento para su entrenador de entonces, Fernando Morena. Con su sabiduría futbolera, el popular “Nando” en ocasiones puntuales lo hizo jugar de “10”, es decir: de volante por izquierda, puesto que tomaría en la Celeste imprimiéndole su moderno estilo.
En ese mismo 1987, como no podía ser de otra manera, este novel futbolista que marcaba goles de distintas formas mostrando sus condiciones y no solo apelando al cabezazo pese a la facilidad que tenía, fue preseleccionado por la Selección mayor y, a comienzos de año (enero y febrero), disputó el Sudamericano Sub 20 en Colombia.
A decir verdad: el torneo comenzó a las mil maravillas para los orientales que, dirigidos por Oscar Washington Tabárez, ganaron el Grupo B venciendo consecutivamente a Colombia, Chile, Bolivia y Paraguay, pero que culminó muy mal al finalizar últimos en la fase final, igualando con Brasil, pero cayendo ante el dueño de casa y Argentina. Adiós al Mundial de Chile.
Sin embargo, Poyet rindió: jugó seis partidos y anotó tres goles, convirtiéndose junto al “Polillita” Ruben Da Silva en el máximo scorer charrúa y quedando a apenas un festejo del mayor artillero: el argentino Alejandro Russo. Añadiría un duelo más amistoso, para cerrar 1987 con siete partidos y tres goles en la Sub 20, siempre como número 9.
Atento a su calidad y con 17 tantos en 40 encuentros, en 1988 fue contratado por el Grenoble de Francia.
Y es en Europa donde termina de formarse y donde le “encuentran” el puesto, porque si bien viajó como centrodelantero, se reconvirtió con el paso de los años en un mediocampista completo con tendencia ofensiva. Al final de su trayectoria, y por un tema de físico y edad, terminaría como un mediocentro mixto, con liderazgo, marca, pase, visión de juego y todavía mucho gol.
En dos temporadas, sumó ocho festejos en 40 cotejos en Francia y pasó al Zaragoza, donde hizo historia y donde definitivamente se convirtió en ese moderno y dinámico volante, poseedor de una amplia gama de recursos pocas veces halladas en los mediocampistas por aquel entonces a nivel mundial.
¿Y la Selección mayor?
Esa es una historia más compleja porque recién debutó el 13 de julio de 1993 cuando ya tenía… ¡25 años! Porque una cosa era poseer la escasa información que llegaba desde Francia, pero desde 1990 ya actuaba en España y las noticias de la liga de la madre patria, no al nivel caótico de la globalización actual, llegaban con mucha frecuencia.
Lo más extraño es que Tabárez, quien lo hizo debutar en la Sub 20, tampoco contó con él cuando fue el mandamás de la mayor en su primera etapa entre 1988 y 1990.
Fueron necesarios 159 partidos y 32 goles en Europa, además de incontables reseñas positivas, para que Luis Cubilla le diera su primera chance, que fueron dos amistosos previos a las Eliminatorias de Estados Unidos 1994 ante Perú.
En el juego de ida en Lima (2-1), fue titular como puntero derecho falso, un “7-8” con funciones mixtas, pero fue sustituido a los 66´ por Carlos Aguilera.
Cuatro días después y ante el mismo adversario en Montevideo (3-0), ingresó por Daniel Fonseca a falta de 20´ como una suerte de mediapunta, término que no era común por entonces.
¿Lo curioso? Fue desafectado del plantel que disputó y, finalmente, quedó eliminado de la cita mundialista.
Recién apareció en el infame amistoso ante Alemania en condición de visita del 13 de octubre de 1993, cuando una improvisada Celeste, sin sus mejores figuras, fue vapuleada por los vigentes campeones del mundo (5-0). Volvió a actuar de mediocampista por derecha.
Conocedor del fútbol español como pocos, el novel DT del combinado, Héctor Núñez, lo incluyó no solo en el plantel, sino como titular indiscutido, ante un ambiente local al que todavía le costaba interpretar el juego de Poyet.
Es que el estilo de juego uruguayo de los noventa, aun clásico, contrastaba con el que le caía como anillo al dedo a “Gus”: el moderno estilo que se empleaba en las mejores ligas europeas, que requería de unas funciones técnico-tácticas y físicas dentro del campo que aquí se le hacían muy difíciles de realizar.
Es por ello que hay que hacer dos reconocimientos: a Núñez por intentar que Poyet le aportara eso distinto que tenía al combinado y al propio futbolista, que defendía sin chistar la camiseta de su país a pesar de sentirse un tanto “desacomodado” y sabiendo que pocas veces podría dar su mejor versión.
En 1995, jugó casi todos los partidos de Uruguay (12), entre oficiales y amistosos. Con esfuerzo, logró destaque como el volante del siglo XXI en el costado izquierdo y hasta llegó a ser capitán en un par de duelos amistosos (Colombia y Estados Unidos).
El “Pichón” le estaba dando, por fin, la confianza que nadie le había dado y aquello se debía no solo a los conocimientos futbolísticos del DT, sino a la visión un tanto más moderna que sus antecesores como estratega de juego y al convencimiento que tenía del accionar de “Gus”.
En la Copa América fue pieza vital en la mitad de la cancha junto a Álvaro Gutiérrez por el centro, Pablo Bengoechea en la derecha y Enzo Francescoli más arriba.
Le hizo un gol a Venezuela en el 4-1 del debut (su segundo tanto charrúa tras el marcado a los norteamericanos de forma amistosa) y, salvo ante México, ingresó como titular en todos los cotejos. Fue, sin dudas, el mejor en su puesto en aquel certamen.
Por fin había logrado el reconocimiento popular y, por fin, la modernidad comenzaba a echar raíces en los sistemas de juego de nuestro fútbol.
Pero Poyet fue víctima de las circunstancias. El descalabro estaba a la vuelta de la esquina.
Un debut triunfal ante Venezuela (2-0) en Caracas con gol propio, hizo pensar que Uruguay volvería sin mayores problemas al lugar que le correspondía: entre los mejores en una Copa del Mundo, Francia 1998 en este caso.
Sin embargo, el cachetazo de realidad fue devastador y la ola se llevó al brillante futbolista: Paraguay (0-2), Colombia (1-3) y Bolivia (1-0).
Los resultados no se dieron y, tras el 0-1 ante Chile en Santiago, su principal valedor, Núñez, dejó de dirigir al combinado, ingresando Juan Ahuntchain en su reemplazo. Y aquel fue el principio del fin para un hombre que seguía cosechando palmas en las canchas europeas.
En 1997, apenas jugaría dos partidos por Eliminatorias (Paraguay 1-3 y Chile 1-0, esta última con Roque Máspoli como entrenador).
Consumada la eliminación, en 1999 el recientemente designado técnico, el argentino Daniel Passarella, lo convocó para sendos amistosos ante Venezuela (2-0, en el Centenario) y Paraguay (0-1, en el Campus de Maldonado), pero ni siquiera completó los 90´, siendo sustituido en ambas oportunidades.
Sus últimos dos cotejos oficiales fueron en el inicio de las Eliminatorias rumbo a Corea del Sur y Japón 2002. Ante Bolivia (1-0, 29 de marzo de 2000), en casa, comenzó en el banco y suplantó a Álvaro Recoba a los 88´, y ante Paraguay (0-1, 26 de abril de 2000) fue reemplazado a los 60´ por Nicolás Olivera.
Con 32 años, cerró su ciclo en el combinado. En 2001, tras 144 juegos y 49 goles en el Chelsea, varios trofeos y el reconocimiento eterno por sus notables actuaciones en Stamford Bridge, se marchó al Tottenham Hotspur (98 duelos y 23 tantos), donde cerró su carrera en 2004 con casi 37 años y la cinta de capitán del coloso londinense.
A la Celeste la defendió oficialmente en 26 partidos con tres goles señalados (más tres duelos y un festejo en internacionales “B”). La proporción de partidos y goles en el seleccionado contrasta de forma impactante con lo que eran sus registros en Europa, lo que habla a las claras de las distintas realidades.
Fue campeón de América en 1995 y su principal sostén fue el “Pichón” Núñez.
Con 160 goles en Europa (que se extienden a 181 en toda su carrera), fue el oriental más goleador por años en el Viejo Continente y, por mucha diferencia, el volante charrúa que más tantos gritó en la era moderna.
A pesar de eso, por cuestiones de diversa índole, no pudo marcar una época en el seleccionado uruguayo como sí lo hizo en el primer nivel del fútbol mundial.
AUTOR: PABLO VEROLI
Espero que hayáis disfrutado de la crónica, igual que la he disfrutado yo. Ahora ya sabéis un poquito más de mí y de mi carrera futbolística.